Aún no sé qué responder cuando me preguntan la razón de mi visita al campo de experminio de Auschwitz-Birkenau.
Sería fácil responder que, estando en Cracovia, era una visita obligada, pero la respuesta es más compleja y tiene que ver con los últimos versos del poema de Primo Levi que encabeza su tristemente magnífica trilogía sobre su experiencia en ese mismo campo :
Si esto es un hombre
Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.
También es cierto que fui con el afán de sacar unas buenas fotos de un escenario tan cruelmente interesante para mi espíritu de captor de imágenes humanas.
Pero apenas pude tomar algunas fotos porque ¿cómo se puede fotografiar lo que realmente se siente en Auaschwitz?
Sabía que me iba a encontrar cara a cara con los restos del auténtico infierno, pero lo que allí, vi, lo que allí pude apreciar, es mucho más cercano y dañino que eso: lo que sentí fue el auténtico hedor del averno que se manifiesta de un modo tan sutil, que sólo es percibido a flor de alma, no con los sentidos.
El dolor, el sufrimiento, la angustia, el miedo…. aun perviven en ese lugar como una peste que se transmite de generación en generación.
Yo lo he visto representado en ramos de flores mustias que alguien depositó junto a un horno.
Lo he respirado en esa lúgubre habitación que miles de personas pensaron que era una ducha.
Lo podido tocar cuando ayudaba a una anciana a salir del oscuro sótano en el que unas personas musitaban una oración yeddish que pretendía conjurar todo el mal y alejar el recuerdo de esa maldad que allí danzó su maldito baile de muerte al compás de las tristes notas de la orquesta de prisioneras de cara triste y mirada vacía.
Cuando me preguntan, ahora puedo decir que conozco el lugar en dónde habitó el mal, dejando allí su acre aroma de dolor y miedo.
Con esta archiconocida burla hacia la dignidad de la humanidad eran recibidos los prisioneros que recalaban en Auschwitz.
Dias después de mi visita, el letrero fue robado. Confieso que me alegré durante unos días, pero lo cierto es que supimos enseguida que se trataba del encargo de un coleccionista de objetos nazis.
Maldito sea.
Las alambradas, erizadas de sucias púas y que pueblan el campo, son uno de los símbolos mas expresivos de la voluntad de los verdugos de aislar a los seres que consideraban infrahumanos.
¡Qué ironía más cruel!
Para muchos prisioneros que no pudierosn soportar por más tiempo el dolor y la ignominia, la calavera que anunciaba el riesgo de morir electrocutado, fue como una envenenada invitación a una muerte rápida, instantánea.
Nunca podemos saber dónde vamos a encontrar un mínimo consuelo.
Los detalles más simples se convierten en Auschwitz en terribles recordatorios de un dolor sin límites: cientos de piernas ortopédicas, amontonadas meticulosamente después de serles arrebatadas a los muertos en vida, conviven hoy de Auschwitz junto a miles de maletas, de escudillas, de palanganas, de gafas, de juguetes infantiles.
La prueba de que el mal ha vivido allí es que he podido ver el Dolor en los ojos opacos de un osito de peluche.
"Entráis por la puerta y saldréis por la chimenea" les decían
Aunque tan sólo fue un momento, llegué a sentirme tan solo como nunca me había encontrado: casi abandonado en la contemplación del tenue temblor de las manos de un abuelo que permaneció durante horas frente a lo que fue un paredón de fusilamiento.
Cuando me fuí del campo el sol se estaba ya escondiendo y el aniano aún seguía allí.
Creo que lo más duro , pese a todo lo dicho, fue enfrentarme a la realidad a través de las fotografías de cientos de miles de personas que están distribuidas por todos los pabellones. Son fotos tomadas por los soldados del campo a la llegada de los prisioneros para cumplir con el ritual de la macabra burocracia que se instaló en este lugar.
Enfrentarme a sus ojos, que miran de frente, y leer debajo el nombre no fue sino la antesala del mazazo que supuso leer los algoritmos que representan la fecha de entrada y la de la defunción de cada uno de ellos:
JULIA CHRZAN llegó el 6-10-1942 y murió el 9 -12-1942
JÓZEFA MATYSIAK llegó el 6-10-1942 y murió el 7-11-1942
En la foto de Julia alguien había prendido una flor
Al día siguiente visitamos el guetto. En uno de los edificios se anunciaba una exposición fotográfica titulada "Yo aún veo sus rostros".
En ese momento me prometí a mí mismo escribir esta entrada en el blog, quizá para que no cayera sobre mí la terrible maldición de los últimos versos del poema de Levi:
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.