Mar de fondo

mar-en-tierra

Sé que esta historia tiene un aire demasiado tópico como para parecer creíble, pero en eso reside el encanto de la realidad: supera con creces a la ficción.

No pretendo narrar aquí la historia de Joao. Si alguno de vosotros está interesado en saberla no tiene más que dejarse caer por la alameda de Sao Damaso, en Guimaraes y preguntar allí: todo el mundo conoce esta historia.

Joao se sienta siempre en el mismo banco, a la misma hora, y permanece allí con la vista perdida en sus recuerdos, toda la tarde.

Joao tiene una sed infinita de mar; de ese mar que le robaron y que no podrá sentir nunca más en su piel agrietada de marino sin rumbo. Por eso intenta aplacar su ansia con una mezcla de vino barato y tabaco de pipa, mientras mira hipnotizado las lineas del suelo que le recuerdan esa última galerna que lo llevó a dique seco.

Joao está solo desde que le dejaron sin puerto en el que recalar; maldice muy bajito cuando alguien, sin saberlo, cruza por delante de él y rompe el hechizo de las olas de piedra que lo envuelven a él y a sus recuerdos.

Joao, si tiene suerte, morirá acunado por el rumor de su añoranza, sentado en el banco de la alameda que, según él, al caer la tarde, huele a algas ya sal de mar.

Simon d´Agosto: "Diarios de Portugal"

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