El jugador de mus

sopa-boba



Lo supo

Lo supo en instante en que abandonó el portal de la que hasta ese momento había sido su casa.

Supo que ya nunca regresaría, que no pasaría más por esa puerta, cansado de un trabajo que le aburría, para entrar en un lugar en el que él sabía que sobraba.

La decisión no fue fácil, pero al menos fue natural: debía desaparecer.

No cogió nada; no dejó nada… no habló con nadie del asunto: no lo pensó siquiera: le daba miedo arrepentirse.

No volvimos a verle, ni siquiera sus amigos, los tres compañeros de la partida de los jueves, que quedó, desde entonces inconclusa.

Al principio fue más duro, luego, simplemente se acostumbró, casi, a ser un invisible, un desaparecido, un paria… una sombra.

Nosotros también nos acostumbramos a su ausencia.

Ayer mismo lo reconocí mientras comía, muy lentamente, un plato de sopa en el banco de debajo de san Mauro. Al sentirse observado elevó la vista, enfocó torpemente mi rostro con sus ojos vidriosos y, segundos más tarde, siguió comiendo sin prisa.


Juraría que me guiñó levemente un ojo, tan disimuladamente como cuando me indicaba las 31



Julio Pérez Vuelta "El jugador de mus"